Yo quise ser Leonard Cohen.
En enero de 2004 tenía veinticinco años y sólo habían pasado diez meses de mi ruptura con Alba, diez meses largos y oscuros que, por suerte, no quedaron registrados aquí, aunque ya me encargaría yo de consignar otros episodios dolorosos. Alba, como ya se dijo en otra ocasión, me había dejado por un profesor suyo, un tipo que entonces tenía dos años más de los que tengo yo ahora.
Poco después de que yo abriera este blog, Mark Zuckerberg inventaba Facebook. Lo suyo ha sido bastante más lucrativo que lo mío.
En enero de 2004 sabía muy poco de la vida. Más o menos igual que ahora, pero entonces todavía no me había desembarazado de una tonta ingenuidad más propia de la adolescencia. Recuerdo que pensaba entonces en los libros que escribiría (en diez años podría haber escrito muchos). Hoy en día me pregunto si escribiré alguno. En 2004 todavía no me había presentado a ningún concurso literario ni había mandado nada a ninguna editorial, pero no parecía tan difícil. No tenía ni idea de la cantidad de escritores que había en España.
En diez años, todos los de mi generación me adelantaron. Y los de la siguiente.
En 2004 seguía persiguiendo mentalmente a Alba, pero fue también el año de mi fiasco con Natalia y de mi relación con Lara: por fin tenía el cariño que creía merecer, pensaba yo, pero a los nueve meses me dejó por un amigo suyo que estudiaba medicina (hizo bien). Esto fue ya en 2005.
2005 fue el año en el que me presenté por primera vez a un concurso literario: MálagaCrea. Me animaron Alba y Lara, ex novia y novia (pronto, también ex) unidas en una causa perdida común. Recibí la primera de mis famosas menciones especiales, lo que sirvió para alimentar una obsesión que sólo desaparecería cuando, en 2012, gané el primer premio. Hoy puedo decir que ganar MálagaCrea con treinta y dos años no tiene sentido, tiene ganarlo con veintidós.
Pero la literatura es otra mujer esquiva.
En 2006 conocí a Patricia, el momento más desafortunado de mi vida, aunque tuvo algo positivo: sirvió para que, tres años después, conociera a Susana. Por lo demás, el tiempo pasado con Patricia fue sólo tiempo perdido. Tiempo estúpido. Un año y medio a la basura. Aunque quizá aprendí algo de la condición humana. Tal vez. No lo sé, no creo.
Ella nunca supo que estuve a punto de dejarla bastante antes. O quizá sí lo supo, puesto que lo que me hizo retrasarlo fue que, una noche, se intentó suicidar a base de pastillas (un intento de opereta, en realidad).
En febrero de 2007, una chica me dejó un comentario poco inocente en el blog y la agregué en el hoy difunto Messenger. Era Babeth, que poco después me escribiría una carta en esta época de emails. Pero volveremos a ella luego.
En 2007 hubo un acercamiento con Alba que se truncó de manera repentina. Recuerdo la última noche: yo, en un estado de embriaguez total, en su portal —aprovechando que el príncipe de los enanos (así bauticé a su novio) estaba en Francia—, diciéndole en un mensaje que me dejara subir. No abrió, claro (¿hacía falta decirlo?), aunque tiempo después, cuando ya era tarde para todo, me dijo que estuvo a punto. Lo que sí que pasó al día siguiente o unos días después es que me llamó para comunicarme que estaba embarazada. Me eché a llorar como un niño (muy apropiado), tanto por el mazazo de la noticia como por la crueldad gratuita con que la acompañó. Recuerdo que cometí un error de novato preguntándole por qué me odiaba tanto.
Me pasé una semana llorando. Y disimulando esto ante Patricia.
2007 fue un año terrible. Un momento de felicidad fue cuando dejé a Patricia. Recuerdo una noche en la que volvía a casa de juerga, la agradable sensación de no tener que rendir cuentas a alguien que siempre me afeaba la conducta. La libertad. Aunque no deja de ser un poco triste no echar nada de menos a una persona con la que estuviste un año y medio de tu vida. Pero mi vida siempre ha distado mucho de ser perfecta.
En 2008 conocí a Babeth, que lo cambió todo. La primera vez que hablamos por teléfono, me dijo: «yo no soy el mundo, pero también puedo complicarte la vida». Bromeaba, pero acertó de pleno.
El problema fue que Babeth me cogió de la mano.
No se resume a eso, claro, pero suena bien. Si esto fuera una novela, el capítulo se titularía así. El problema fue que Babeth me cogió de la mano. Pero no. El problema es que era preciosa y tenía un coco privilegiado. El problema es que me trató con una dulzura que yo ya creía imposible. El problema es que era ella. El problema a resolver.
Y a mí siempre se me ha dado fatal esto del amor.
Cinco días de enero de 2008. Este blog cumplía cuatro años. Yo estaba enamorándome y olvidándome por fin de Alba (que, por cierto, acababa de ser madre). Yo estaba enamorándome de Babeth, que una noche, comiendo naranjas, me dijo en su frío piso de Castellón: «mira, igual que Bandini». Yo estaba enamorándome de Babeth, que una noche quiso cepillarme amorosamente el pelo (entonces lo tenía mucho más largo que ahora). Yo estaba enamorándome de Babeth y recopilando detalles por si no volvía. Que no volví.
Esto a pesar de que hicimos un curioso pacto: ella vendría a Málaga a verme si yo conseguía una nueva mención especial en MálagaCrea (por aquel entonces, seguía teniendo sólo la de 2005). Al final incluimos una cláusula muy optimista que la obligaba a venir también en el caso hartamente improbable de que ganara.
No gané, pero recibí mi segunda mención especial. Ella, mientras tanto, se había enamorado de otro y, como es natural, todo había cambiado.
Yo seguía pensando en ella, persiguiéndola mentalmente, que es el único recurso que nos queda a algunos (y el derecho al pataleo, también). Volviendo una y otra vez a los mismos momentos. Aquella vez en la oscuridad, que me dijo «guapo» y luego se hizo la loca, como si yo necesitara que me escamotearan los piropos. Aquella vez que me dijo que si se había acostado conmigo era porque quería hacerlo con un autor de culto (sabía cómo halagar mi tonto ego). Aquella vez, claro, que me cogió de la mano de camino a la estación de trenes.
A mí siempre me han gustado las chicas que me hacen sentir importante. Es un sentimiento muy agradable, por novedoso.
Así, 2008 fue un año muy duro. Con una escapada a Madrid (en noviembre, creo) para verla y robarle un beso de camino a su casa. Y volver a la soledad y el silencio. Volver al eterno pensamiento: todo ha salido mal. Cuando el plan era muy sencillo: verla de nuevo, con calma, despacio, no la espantemos con declaraciones apresuradas de amor. Tiene que ser muy agradable que las cosas salgan según el plan. Recuerdo que envidiaba a los tipos que no se enamoraban de ella y al mismo tiempo me parecían rarísimos.
Pero estamos ahora sólo en 2009. Cinco años de blog. Tendrían que pasar muchas cosas, pero no. Gané un segundo premio en un certamen de cartas de amor (al menos lo de Babeth me daba dinero) y nos vamos directamente a septiembre, que es cuando sucedieron cosas. Sucedió que conocí a Susana, que era la prima de la mejor amiga de Patricia, mi ex. Habían venido a Málaga a pasar unos días y aproveché para quedar con ellas una noche. En realidad, mi intención no confesada era intentar algo con Lucía, la mejor amiga de Patricia, pero cambié de idea cuando conocí a Susana. Qué chica tan guapa, pensé nada más verla. Y qué borracha acabó, besándose conmigo por calles solitarias. Al día siguiente decía no recordar nada, lo que era descorazonador tanto si era cierto como si no. Así que esto queda en un impasse y voy a Madrid a acostarme con Alba y, al día siguiente, con Babeth, aunque esto último era totalmente inesperado (creo que me quedé unos segundos con cara de tonto cuando empezó a quitarse la ropa). Yo en Madrid por la mañana en el Reina Sofía con Alba y por la tarde con Babeth tomando un café. Miren, miren a la chica pelirroja, que pensaba yo al verla marchar.
La última vez que me acosté con Babeth fue el dieciocho de septiembre de 2009. Es raro esto de acordarse de la fecha exacta, pero es que al día siguiente era mi cumpleaños. Recuerdo que estaba con un humor de perros, pero se le fue pasando.
Me acuerdo de una mancha negra de rímel que me dejó en el brazo después de haber llorado brevemente. Pero eso no fue la última vez. La última vez no se quejó del escaso caso que le hacían otros. La última vez no parecía la última, que le dije de coña: oye, sólo te pido una cosa, que no vuelva a pasar un año y medio sin ti. Ella me pidió perdón y respondió muy seria que lo sentía. Yo no daba crédito (como los bancos), ni que tuviera derechos adquiridos con ella o algo así, pero no voy a mentir: me encantó oírlo.
No me volví a acostar con ella jamás; no creo que esto sorprenda a alguien.
I lit a thin green candle…
Y llega 2010 y llega María. Sin embargo, tenemos que retroceder un poco: a la presentación del libro de los ganadores de MálagaCrea de 2009. Yo volvía a marcharme de vacío, pero allí estaba, como cada año, para asistir a la coronación de otros. Con mi mejor amigo y una botella de vino barato, despotricando. Apareció entonces, acompañando a uno de los ganadores, una chica preciosa. Con unos ojos enormes bajo el sombrero. Le dije a mi amigo algo parecido a esto: no sólo se lleva el premio, encima tiene esa novia (lo más parecido que podía yo poner sobre la mesa era haberme acostado meses antes con la otra ganadora del certamen, pero no era lo mismo). Lo cierto es que me interesaba mucho más esa chica tan guapa y de movimientos tan elegantes que el premio de marras. La chica era María, aunque entonces no sabía nada de ella, ni siquiera su nombre.
Pero en enero de 2010 estoy en Granada con ella. Otra vez cinco días de enero. Pero esta vez María comía mandarinas por la noche, no naranjas. No importa, también son cítricos. Y, como en El Padrino, siempre había una muerte (la mía).
María pintaba y escribía con el talento de cien genios. Era zurda y defendía que el zurdismo tenía una relación directa con el arte. Señaló que mi uso de la mano derecha era claramente un error. Para corregir mis maneras, me dibujó un corazón en el lado derecho del pecho. Recuerdo que se sentaba siempre muy erguida, muy elegante (seis años de ballet) y que fumaba constantemente. Me rompió el corazón (no sé si el derecho, el izquierdo o los dos), pero me evitó un cáncer de pulmón. Es una manera de verlo. Le regalé un libro de Francisco Umbral, creo que Las ninfas, una vez que fuimos a una librería de segunda mano. Nunca le conté que fue un amigo mío quien había impugnado sin éxito el premio de poesía de su ex novio. Una noche, en un restaurante chino, el camarero le llamó la atención por fumar. Creo que esa misma noche nos cruzamos con un vagabundo extranjero con el que estuvimos hablando unos minutos. Granada estaba llena de frío, pero en su desordenada habitación había calor, amor y un cenicero siempre rebosante de colillas.
María, llena eres de gracia. Sobre todo al decirme que me pongo muy guapo cuando sonrío y yo anoto mentalmente: «la percepción de María se ve seriamente alterada cuando bebe, lo que tiene que ser muy interesante a la hora de pintar».
Yo la llamaba artistilla y boba y ella a mí poetastro y coco. Quizá pudiera parecer todo lo contrario desde fuera, pero era una chica muy cercana, muy natural. La primera noche, nos confesamos que esas conversaciones que tuvimos por internet eran agotadoras: todo el rato intentando impresionarnos el uno al otro.
En principio iba a quedarme en Granada cuatro días. Empezaba el año con la absurda idea de presentarme a un concurso de poesía de la Legión; tenía pensado escribir un poema acerca de la camaradería de unos legionarios, una historia encubierta de homosexualidad. Sólo por diversión. Pero María me pidió, con su curioso acento murciano-granadino, que me quedara un día más y no tuvo que insistir mucho. Uno tiene claras sus prioridades.
Volví a Málaga con un catarro que me duró un par de semanas y la promesa clara de vernos pronto. Pero nunca más nos vimos. Tenía que haberlo imaginado cuando en el último momento aplazó nuestro segundo encuentro y, desde Sevilla, me prometió que me compensaría. «Te compensaré» es siempre una sentencia de muerte en la boca de una mujer bonita. Nunca más nos vimos, a pesar de vivir a hora y media en autobús (dos horas, dependiendo del tráfico). Estuve a punto de hacerle una visita sorpresa una vez, pero el destino quiso abofetearme con el envés de la mano. Yo estaba en el piso de Adriana en Motril con el plan de presentarme en Granada al día siguiente, pero esa noche María me dijo que iría a Madrid ese fin de semana y que no sabía qué iba a pasar cuando viese a su ex novio. Anulé la visita sorpresa, por supuesto, pues ya no parecería un gesto romántico, sino una acción propia de Otelo.
Los imponderables, siempre jodiendo.
Y la cosa se fue deteriorando sin solución. Seguía diciéndome que quizá el próximo fin de semana podríamos vernos. Y luego el próximo. Y luego el próximo. Y yo quería creerlo siempre. Finalmente, discutimos cuando su ex, al que habían puesto al mando de la publicación en la que yo colaboraba por aquel entonces, decidió aplicarme métodos estalinistas y a mí no me pareció bien.
Tiempo después volvimos a hablar y recuperamos una relación cordial, aunque distante. Yo volví a aprender que nunca entiendo nada y que una mujer puede pedirte que te quedes un día más y luego no querer verte nunca.
Pero siempre reconstruyo recuerdos con piezas rotas. Yo pasé de puntillas por las vidas de las chicas a las que amé. Nunca perturbé su sueño, como un buen invitado.
Volvemos ahora a Susana y a un concierto que daba Sonic Youth en Madrid. Fuimos juntos, pero también venía Lucía, su prima. Sin embargo, tras el concierto, Lucía se marcha a casa y nos quedamos solos Susana y yo, de bar en bar. Una cosa lleva a la otra, que es una expresión muy tonta. La vida tendría que ser así, pensé entonces: ir a un concierto de Sonic Youth con una chica guapa y luego acostarte con ella.
Susana llevaba un cascabel en el tobillo y yo me acordé de París, Texas y no de las serpientes. Un cascabel significa peligro, Míchel. Que estés atento, pero tú nunca lo estás. Aunque en realidad Susana siempre se portó bien conmigo. Era una chica con un gran espíritu lúdico; nunca pensé que fuéramos en serio, aunque a veces me mandaba señales contradictorias y me hacía dudar. Como que viniera a verme a Málaga un par de veces en verano. O aquella vez en la laguna, sentada en mi regazo, que me dijo: «ya hace casi un año que nos conocemos». O lo de llorar cuando nos despedimos. O lo de discrepar conmigo acerca de los tangas, decirme que eran horrorosos y sin embargo presentarse una vez con uno, como si quisiera complacerme. Un amigo me vio una vez con ella desde lejos, cuando nos despedíamos en la estación y me dijo: parecíais enamorados. Lo entendí todo mal, de nuevo. Nos vimos por última vez en Madrid y nos despedimos en otra estación de trenes (siempre ferrocarriles), con la idea de volver a vernos pronto. Pero dejó de contestarme a los mensajes. Desapareció, se despidió a la francesa. Yo no insistí, claro, que sabía que no serviría de nada. Tiempo después le escribí y me contestó vagamente, diciendo que actuaba así cuando las cosas se le iban de las manos.
Para mí, las mujeres son el intérprete de signos del funeral de Mandela (o puede que ellas hablen claramente y el intérprete sea yo).
«Siempre nos quedará el parque Europa, con su París de andar por casa», le dije en el último mensaje de móvil que le mandé.
También 2010 fue el año en que Alba me llamó por teléfono para decirme que había cortado con el príncipe de los enanos (después de siete años) y que me quería. Yo, que ya no era el mismo, disimulé mi escepticismo al respecto y nos vimos un par de veces, nos besamos, nos abrazamos. No nos acostamos. Me mandaba mensajes por la mañana diciéndome que me quería. Pero no era cierto, como es lógico. Me hizo una jugada muy fea en la Noche en Blanco malagueña (curiosamente, la última vez que me acosté con Babeth fue el día anterior a una Noche en Blanco madrileña), una jugada que me habría destrozado de haber sido el de antes.
Es difícil explicar hoy lo mucho que la quise y el daño que tan gratuitamente me infligió en tantas ocasiones.
No volvimos a hablar en un tiempo. Hoy en día mantenemos una relación distante y cordial, que es lo habitual cuando se trata de mí.
También fue el año en el que dije adiós a Babeth. En verano me había llamado llorando; su ex novio había acabado de empaquetar sus cosas o algo así. Me extrañó que me llamara a mí, pero me dijo que no tenía a nadie más, que todo el mundo estaba con el puto fútbol. Yo bajé el volumen de la tele para que no se diera cuenta de que estaba viendo el partido entre Argentina y México (la Wikipedia me dice que esto fue el 27 de junio). Tuvimos una agradable conversación, dejó de llorar, se rió un poco. En un momento dado le dije que me parecía muy bien que estuviera sola, que no quería que nadie la tocase. Ella se rió y me dijo que nadie la tocaba.
Poco tiempo después me mandó un mensaje que no supe cómo interpretar. La comunicación con ella siempre fue extraña; creo que me contestó al veinte o treinta por ciento de cosas que le escribí. Un día me decía algo bonito y otro me decía que a veces tenía «como ramalazos de ganas» de mí. Una vez me dijo que vendría a Málaga a verme y durante un par de días me agarré a la tonta esperanza de que fuera cierto, pero finalmente me explicó que no podría ser, que quizá en otra ocasión. Yo dije que no pasaba nada, que lo entendía. A veces le mandaba relatos y la única respuesta era el silencio (lo que era una manera bastante clara de opinar). Todavía no sé si lo de recomendarme que probara suerte con Alpha Decay era una broma pesada o no. Recuerdo que una vez me mandó un mensaje al móvil que decía algo así: «Los de Granta no tienen ni idea: en esa lista tendrías que estar tú». Siempre he sospechado que se confundió de número.
Y la veo por última vez, más de un año después de nuestro último polvo. Babeth, mi gran amor en el exilio (pero yo casi siempre he amado así, ¿no?). Se muestra cordial, amistosa. No hay nada que hacer. Será de otros, musa de otros (siempre lo ha sido, Míchel). Y yo no quería convertirme en ese tipo con el que se queda por compromiso. Hay que ser Werther o nada, que decía Camus. Algo así, yo qué sé. Esa noche culmina mi proceso de destrucción personal, creo. Nos despedimos en el metro, con un abrazo en el que tiemblo de dolor (¿es natural temblar de dolor?) y pensando: ya está, esto es el final (una pregunta para la metafísica: ¿cómo puede terminar algo que nunca ha empezado?). Veo un fotomatón cerca y durante unos segundos pienso en decirle: oye, saquémonos una foto juntos, no tengo ninguna foto contigo. Pero no digo nada, paso el torno de seguridad, me dice «cuídate» y yo le respondo en tono irónico que siempre lo hago. Ella sonríe y me marcho. No me quise dar la vuelta por si desaparecía como Eurídice, pero esto era una tontería, pues ella no me seguía.
Yo quise ser Leonard Cohen, creo, de una forma un tanto difusa y nunca planteada en voz alta.
I fear that I’m ordinary, just like everyone, que cantaba Billy Corgan.
Y telón (de acero). De nuevo. Recuerdo 2010 como un año lleno de oscuridad. La noche más oscura del alma era la mía y etcétera.
Lo que más jode siempre en el desamor, creo yo, es no haber tenido verdaderamente una historia con la chica. No puedes hablar de amor si no eres capaz de poner sobre la mesa una historia con ella. Puedes hablar, si acaso, del deseo. El deseo, el anhelo, la obsesión. Pero no de amor, quién eres tú para invocar ese derecho. Tuve muy poco a las mujeres que amé, un breve suspiro, aunque también es verdad que prefirieron estar conmigo ese breve lapso de tiempo en vez de, qué sé yo, leer un libro o jugar al Tetris. Mujeres fascinantes a las que rocé con los dedos (y no sólo rocé). Yo, un tipo de metro setenta con las habilidades sociales de Salinger. Yo, que no soy una persona completa, sino un proyecto de persona (y no veo a los antiabortistas preocupándose por mí). La vida es muy extraña.
Pero me habría gustado mucho más, como es natural. En cualquier caso, renunciar es siempre una mierda.
El epílogo con Babeth fue un gesto de romanticismo adolescente: recopilé todo lo que había escrito sobre ella y se lo mandé en forma de libro para su cumpleaños. Unas trescientas páginas, creo. Y fin, un gesto que haces más para ti que para ella, que a lo sumo puede sentir simpatía por tu desventura.
Así que yo era el hombre más triste del mundo. Me vestía de negro en días claros y cosas así. Seguía enviando cosas a las editoriales, que me contestaban muy amablemente que no o me ignoraban no tan amablemente. No me daba cuenta en realidad de las pocas cosas que había conseguido, lo lejos que estaba de alcanzar la periferia del mundo editorial. El viejo error de confundir ego con talento, vaya. Por suerte, siempre es más fácil buscar excusas que explicaciones.
Entonces aparece Sonia de la nada. Es difícil escribir de la mujer con la que estás porque quizá el día de mañana se fugue con un trapero y tengas que desdecirte; siempre es más fácil escribir de lo finalizado. Pero intentemos hablar de ella. Era mayo de 2011. Al verme, pensó que tenía cara de haber sufrido mucho. Yo fui con la cautela de siempre, aunque no es que me hubiera servido de mucho en el pasado. Recuerdo que temblaba entre mis brazos la primera vez que la desnudé. Una vez, en un bar, estudié su dentadura como si fuera una esclava que quisiera comprar (ella se dejó hacer).
Desde lo alto de un monte, señalé la ciudad con el paraguas y le dije: un día, todo esto será tuyo.
Me despedí de ella pensando que no volvería a verla. Pero ya son casi tres años juntos. Es muy extraño todo. Mucho. Pensemos que mi relación más larga antes había sido con Alba y eso terminó en 2003. Y esto será como montar en bicicleta, vale, pero yo no sé montar en bicicleta (bueno, no es cierto, Sonia me enseñó más o menos en 2012). Así que a intentar mantener el equilibrio un tipo sin él. Es raro que te quieran, sobre todo cuando no tienes costumbre. Creo que en parte me quiere porque vive engañada: piensa que su novio es un tipo que gana premios y que incluso publica libros. No sabe que todo esto es un espejismo y que la realidad es otra. Porque en 2011 me dieron mi tercera mención especial (que para ella era una novedad) y en 2012 gané por fin MálagaCrea. No sólo eso, también el Desencaja de cómic (con la consiguiente gira por media Andalucía) y un premio de tres mil euros en un pueblecito de Asturias en el que un señor del jurado, tomándome seguramente por alguien más joven, me dijo: vas a ser un gran escritor.
Disfrazarse de triunfador para ganar el amor de una mujer.
Muchas veces pienso que quizá le iría mejor sin mí. Que ahora la estoy arrastrando al subsuelo del tercermundismo literario y esas cosas. Ella iba para gran fotógrafa y ahora la he gafado con mi carrera literaria, casi tan inexistente en la realidad como mis historias amorosas anteriores. Se merece el mundo entero, no sólo una ciudad, y dudo mucho que pueda dárselo.
Seguramente le iría mejor sin mí. Pero soy egoísta. Me gusta despertar a su lado, escuchar su risa y que me insulte en gallego.
Me gusta que esté engañada y crea que valgo la pena. Me gusta mucho más verme con sus ojos que con los míos.
Creo que no habría conseguido ninguna de esas pequeñas victorias sin ella. Tal vez me habría matado, que empecé 2011 en un lamentable estado. Pero ella me ha dado la calma. Una calma que ahora temo perder, nunca hay descanso. Es como cuando consigues publicar, que pasas a preocuparte por las ventas (para que te publiquen de nuevo). El desvelo permanente.
A menudo, Sonia me está contando algo y tengo que interrumpir sus palabras para decirle con auténtica admiración: Joder, qué guapa eres.
Es importante.
Yo padezco del síndrome del hermano mediano, que se ha criado solo (todas las atenciones fueron para el mayor y el menor) y es ésta una soledad que casi siempre lo acompaña. Hacedme caso, grita, pero nadie le escucha. Quizá por eso siempre me he movido entre la egolatría y el autodesprecio. El caso es que Sonia siempre está ahí. Aguantando mis chorradas, día tras día. Creyendo en mí (cuando yo soy el primer descreído). Metiéndome en la ducha para bajarme la fiebre en enero de 2013 (a pesar de que yo estaba muy cómodo muriéndome en la cama).
Se preocupa por mí. Si mañana me muriera, sería la única chica que lloraría. Ya lo hace cuando cree que soy víctima de alguna injusticia. Es muy bonito tener una aliada, finalmente.
En 2013 sucedió un último hecho singular: una pequeña editorial decidió hundir su negocio publicándome un libro. Vaya, al final no era tan difícil, sólo me costó nueve años. Ahí estábamos Sonia y yo, en el piso de Sevilla de Adriana mientras ésta estaba en Brasil. Combatiendo el calor africano con una toalla húmeda en la espalda, revisando los textos (al final se coló alguna errata). Y luego la presentación en Málaga, en octubre, ante nueve personas. Y las ventas, que en mis cálculos más optimistas andarán por los treinta ejemplares. Pero todo esto viene bien para la leyenda (es una manera de interpretarlo).
Y ya está, se han marchado diez años sin haberlos podido ensayar antes. Yo me sigo sintiendo ese chico tímido, casi autista, que siempre pasa desapercibido, pero ahora tengo alguna cana que otra. Diez años. Diez años de mi vida contados atropelladamente. Vivirlos ha sido más o menos igual.
8 comentarios:
Diez años para redondear este texto.
Hoy.. más Gracias que nunca :)
Es bonito, para los que llevamos tiempo espiando (lo que nos dejas), ver cómo recapitulas, con ese humor tan tuyo.
El amor tenía que llegarte tarde o temprano, no eres tú un hombre que no debiera experimentarlo.
Así que sigue engañado con que ella lo está y sé feliz.
Un beso.
me quedo con esto: "todo esto viene bien para la leyenda".
tu historia es un claro ejemplo de que quien la sigue la consigue, que el karma (o como se tenga que llamar) te acaba devolviendo aquello que tú has dado a otras personas.
personalmente, no pienso que seas mayor como escritor. según la esperanza de vida media de un español, te quedan 40 o 50 años de letras por delante, por lo que todos estos comienzos "tercermundistas" pueden quedarse en eso si cualquier día, del mismo modo en que Sonia apareció en tu vida, las cosas cambian.
advierto cierto exceso de pesimismo y a veces aún de victimismo. nadie dijo que fuera a ser fácil.
enhorabuena por esta entrada y mis mejores deseos para lo que venga en adelante.
Al final en la vida real existen los finales felices. Espero que este sea el comienzo de una gran historia, de tu gran historia, Míchel.
Diez años encontrándote intermitentemente por la red. Vivir es muy raro y es precioso cómo lo cuentas. ¡Espero seguir encontrándote!
Su fiel lector (no en vano he comprado yo solito, según sus propios cálculos, algo así como el diez por ciento de sus ventas del último libro) le agradece el texto.
No hablo francés, no sé como se dice "crechez la femme" en plural.
Y una cosa.
Lo metió a Usted en la ducha para bajarle la fiebre.
¿En serio?
No hace falta que explique Usted más el miedo que tiene de perderla. No hace falta. De verdad.
Un saludo y no me haga Usted llorar más, que estoy hoy blandito.
Bueno, no es que me llevara en brazos, sino que me condujo a ella.
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