—Oye, Martínez, ¿qué es esta nota que he encontrado en mi escritorio?
—No sé de qué me hablas, Susana.
—Señorita Susana, si no te importa. Y lo sabes perfectamente: «Si quieres volver a ver tu grapadora, deposita tu tanga en la papelera de Martínez». ¿En serio? ¿No podías hacerlo de forma más disimulada?
—Esa nota ha podido escribirla cualquiera. Es alguien que quiere incriminarme. Fuerzas poderosas.
—Venga ya, hombre. Eres un guarro y un cutre. Además, un tanga, nada menos. No te dejaría en la papelera ni unas bragas de color carne.
—¿Qué pasa con los negros?
—¿Cómo dices?
—Los negros tienen carne. Eso del «color carne» es racista.
—No intentes distraer la atención.
—Las bragas podrían ser negras. Para el secuestrador, quiero decir, no para mí. Yo no secuestro en horario de oficina.
—¿Es que estás regateando?
—Eso es de futbolistas, no de honrados oficinistas. Yo sólo digo que hay crisis y que el secuestrador seguramente aceptaría una rebaja en lo solicitado. Para mí que es un tipo razonable.
—Sí, claro, es de lo más razonable exigir ropa interior a cambio de una grapadora.
—¿Y qué pasa con el valor sentimental? Es tu grapadora.
—Es de la empresa y creo que podré sobrevivir sin rememorar todos esos estupendos momentos grapando informes.
—Vaya, ahora entiendo tu punto de vista. Esto es intolerable, lo admito.
—Pues sí, claramente.
—¿Qué habría que secuestrarte para que te sentaras a negociar?
2 comentarios:
Bravérrimo.
Juas! Qué surrealista... No me había parado a pensar en lo del color carne.
Saludos!
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