Marisa encuentra unas fotos pornográficas en el teléfono móvil de su novio. Fotos de penetración. Fotos de infidelidad, pues esa chica no parece ella. No se ven las caras de los amantes, pero ese cuerpo no es el suyo. Va corriendo a enfrentarse a su novio.
—Explícame estas fotos.
—Qué tengo que explicar —dice él para ganar tiempo.
—Ese culo no es el mío.
—Claro que lo es.
—No, yo no lo tengo tan bonito.
—Sí que lo tienes, aquí está la prueba.
—¿En serio?
—De verdad. Es tu culo, no seas tan modesta.
—Vaya... No sabía que mi culo era tan fotogénico. ¡Qué bien!
—Pero tengo que decirte una cosa: esa polla no es la mía.
—¿Qué?
—No sé, explícamelo tú.
—¿Cómo no va a ser tu polla?
—Muy sencillo: porque no soy yo el de las fotos. Es decir, que follas con otro y encima te sacas fotos con él. ¡Con mi teléfono móvil, además!
—¡Pero qué dices! Si yo acabo de encontrar estas fotos hace un rato.
—Vaya, te saca fotos tu amante y ni te enteras. Dime la verdad: ¿estás consumiendo drogas? ¿Te ha metido en la mala vida ese tipo?
—¡Que no tengo ningún amante!
—Ah, ingrata. Si tengo las pruebas en la mano, las pruebas de tu infamia. No tienes vergüenza alguna, no me respetas nada y por eso eres capaz de mentirme en la cara cuando la verdad es evidente. Yo no puedo estar con alguien así. Adiós.
Y se marcha de casa pese a las súplicas de Marisa. Ya en la calle, llama a su amante para comunicarle que acaba de dejar a su novia. «Por ti, cariño», añade, «porque te quiero».
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