—Hola, me llamo Juan y soy poeta.
—Hola, Juan —dicen todos.
—Hace tres meses que no hago poesía —los asistentes aplauden—. Pero me cuesta. Siempre está la tentación de la palabra. Me levanto cada mañana temiendo que se me ocurra un verso. No le digo nada a mi mujer, claro, no quiero que se preocupe. Simulo ser fuerte. Es un esfuerzo diario, una lucha que no cesa. Pero es necesario: hay que ser prosaico, me digo. Centrarse en las cosas sencillas y cotidianas de la vida. El ladrido incesante de un perro en la noche, por ejemplo. La luna, que vela todos los sueños que ya no puedo tener. El llanto inconsolable de la mujer que te quiere. El dolor, el dolor, el dolor.
La sala se sume en el silencio. Todos miran a Juan con pena.
—Vale —dice éste—, acabo de recaer, ¿verdad?
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