El señor Jitler fumiga sus rosas con ácido prúsico cuando de pronto ve una esvástica en el cielo y estas palabras: in hoc signo vinces. Durante un breve momento piensa en llamar a su psiquiatra, pero seguro que le diría que está loco, así que lo descarta. En vez de eso, decide consultar a su vecino Estalin, que a esas horas corta el césped.
—Oye, Estalin, ¿has visto eso en el cielo?
—¿El qué? ¿Un ovni? —pregunta Estalin apagando la cortadora de césped y alzando la mirada.
—No, era una cruz gamada.
—Bah, ya podría ser una hoz que me segara mágicamente el césped. O un martillo, que tengo que montar una estantería.
—Yo creo que era una señal para mí.
—¿Quién te has creído que eres? ¿Batman?
—Digo yo que si no la ha visto nadie más es que era una señal para mí. Mi lógica es impecable.
—¿Quién te asegura a ti que no era para más gente? Una señal en el cielo tiene bastante difusión, no te creas tan importante. Otra cosa sería que la señal te hubiera llegado por correo, sería una forma más personal de comunicarse contigo.
—Pues tienes razón, voy a ver si tengo algo en el buzón.
El señor Jitler vuelve a casa pensando que el bigote de Estalin es sospechoso. Se pregunta qué ocultará bajo él. Quizá los misterios del universo están debajo de la nariz de su vecino, escondidos en un frondoso mostacho. Se palpa su propio bigote, que es un bigote contenido. ¿Y si me lo extendiera por toda la cara?, se pregunta. Un bigote necesita espacio vital para existir. Que llegue por lo menos hasta su frontera natural: las orejas.
En el buzón tiene dos postales. Una dice: «sigo atando cabos» y la firma Franko Franko Franko. La otra es de su amigo Benito, que le habla de la belleza de las mujeres etíopes. El señor Jitler decide que es la última vez que escucha a Estalin.
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