Y está borracho una noche más en el bar de siempre, donde el Papa —o un señor que se parece al Papa— toca al piano una canción de corazones rotos de tanto desuso. Es todo tan idiota, musita el hombre acodado en la barra mientras comprueba que tiene los bolsillos vacíos y garabatea mentalmente epitafios sentimentales para la chica que no encontrará esta noche: de todas las mujeres que he perdido, tú eres mi favorita; de todas las mujeres que no me han amado, tú eres mi favorita; de todas las mujeres a las que garabatear mentalmente, tú eres mi favorita.
Y eso es todo; se inventa las cosas para que funcionen, para que sean de otra manera. Queda tanto de noche, murmura, y hay que acallar todo este ruido de pensamientos.
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