lunes, 9 de noviembre de 2009

Reparaciones

—Buenos días, vengo a que le eche un vistazo a mi coche. Le falta potencia al subir cuestas.
—No se preocupe, un padrenuestro y como nuevo.
—¿Cómo dice?
—No me diga que es usted uno de esos ateos que no creen en el poder curativo de la oración.
—No sé, la verdad es que prefiero un mecánico.
—No sea tonto. Una vez a mi mujer se le estropeó la batidora, recé un rosario y aleluya: al tercer día volvió a funcionar. Como si fuera nueva.
—¿Seguro que no lo era?
—Qué poca fe tiene usted, no me extraña que se le averíe el coche. A ver, ponga en marcha el motor. Ajá, como me temía.
—¿Qué, qué le pasa?
—Creo que tiene al diablo en las bujías.
—No se enfade, pero me voy a otro taller.
—Pero escuche, escuche el ruido del motor.
—A mí me parece normal.
—No, es el diablo, que susurra con voz ronca versos satánicos. Espere, voy a meterle agua bendita en el radiador.
—Todo esto es un sinsentido.
—Oiga, ¿acaso ha estudiado usted mecánica teológica o teología mecánica? Pues entonces déjeme trabajar, que sé lo que hago.

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