«Madame Nostalgia», decía el anuncio en el periódico. Él se encontraba bastante melancólico aquella tarde, así que decidió llamar, que quizá una prostituta supiera levantarle el ánimo. Le atendió una señorita que le preguntó cómo quería a la chica. Poco hecha, estuvo a punto de decir, pero se contuvo y la pidió un tanto rubia, delgada, no muy alta, ojos verdes, buen culo y un largo etcétera.
Una hora después, llamaron a la puerta. Era ella. La puta. Llevaba puesto un vestido celeste, como había pedido él. Cómo se saluda a una prostituta que llega a tu casa, se preguntó. ¿Le das la mano? ¿Dos besos? ¿Un beso en los labios? Ella solventó el problema abrazándole como si fueran dos viejos amigos que vuelven a verse después de mucho tiempo. Pasaron al salón. Qué bonita casa tienes, dijo ella. Gracias, contestó él, acabo de redecorarla. Pues te ha quedado muy bien, dijo la chica sentándose en el sofá y mostrando kilómetros de piernas. Él se sentó a su lado, un tanto nervioso.
Cuánto tiempo, ¿verdad?, dijo ella. Él la miró sin entender qué quería decir. No te hagas el tonto, se rió ella, soy la chica de tus sueños. ¿La chica de mis sueños? Claro, hombre; hoy te encontrabas nostálgico, así que nos has llamado a nosotros y no has pedido una chica sin más, sino que has descrito a la chica en la que estabas pensando: la que te rompió el corazón, supongo. Hoy querías acostarte con ella. Es verdad, dijo él, estaba pensando en Amanda. Eso es, cariño, hoy soy Amanda para ti. A él se le llenan los ojos de lágrimas y le pregunta qué es de su vida. Ella sonríe y contesta que nada, lo normal. La vida, que derriba sueños. Se casó, tuvo hijos. Pero a menudo piensa en él.
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