—Estoy enamorado de la cadencia de tus pasos; cuando andas es como si te movieras al son de una música que sólo escuchas tú —dice él.
—No deberías beber tanto —contesta ella.
—No puedo evitarlo, yo bebo para olvidar.
—¿Para olvidar qué?
—No lo recuerdo, ¿no ves que estoy borracho?
—Si al menos volvieras a escribir —suspira ella.
—Lo haré pronto, estoy lleno de proyectos.
—Siempre dices eso.
—La poesía es un arma cargada de futuro, no de presente —aduce él.
—Bah, sólo tienes sarcasmo y locura.
—Sí, voy a fundar un club o una religión. El Movimiento de los Jóvenes Negros, que estará formado por blancos de mediana edad.
—Ya está bien, no te tomas en serio nada.
—Voy a escribir una novela. Se va a llamar La insaciable babosa española. Las palabras negras sobre el papel blanco serán surcos en la piel, arrugas de tantos sinsabores y penas que quedan marcadas para siempre, que es lo que dura una vida.
—¿Y eso qué tiene que ver con las babosas?
—Que se arrastran, yo qué sé. ¿Cómo le puedes pedir coherencia a un borracho? Se supone que eres tú la que tiene que aportar el sentido común aquí.
—Me vas a volver loca un día de estos y no en el buen sentido.
—Lo sé. Pero yo te quiero, nena. A veces te miro y me parece que yo también escucho la música.
—Te salvas por los cumplidos exagerados.
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