Beduina García es una reputada artista que se solaza en su coqueto ático de la Quinta Avenida de Almería. Se pasea en bata con un Martini en la mano cuando suena el timbre de la puerta.
—Hola, soy el electricista —dice el rudo hombretón que se encuentra Beduina al abrir.
—¿Cómo que el electricista? Yo había pedido un eclecticista.
—¿Y eso qué es?
—Es un chiste. Ya sabes, no me funciona la luz ecléctica.
—Señorita, no entiendo nada.
—Bueno, arréglame un enchufe.
Con movimientos lánguidos, sigue paseando por la habitación. El electricista se muestra más lleno de energía, que eso del enchufe le ha sonado a porno.
—Ese es el enchufe. No da corriente —dice ella.
—Mierda —masculla el electricista—. ¿Seguro que es éste?
—Sí. Aunque podrías echarle un vistazo al resto de la instalación eléctrica, ya que estás aquí.
—O a la ecléctica —responde él con una sonrisa. Ella no dice nada.
Busca en su caja de herramientas, pero le distrae la visión de una escultura que hay en un rincón. Parece un pollo asado montando en bicicleta. El electricista siente miedo, aunque no sabría decir por qué.
—Señorita, ¿qué es eso? —pregunta con voz temblorosa.
—Es el hombre, que se enfrenta a la vida moderna.
—Debería pedir que le devolvieran el dinero.
—Oye, estás hablando de una obra mía —dice ella, ligeramente enfadada.
—¿Es usted artista?
—Sí. Tengo el arte en las arterias.
—Será en las venas.
—No. En las arterias. No hay arte en «venas»; en «arterias», sí. Arte-rias. Hay que ser coherente.
El electricista no contesta, supone que es otro chiste ecléctico y no quiere parecer un iletrado.
Un rato después, le comunica que ya está arreglado el enchufe. Ella da palmas de alegría y saltitos que dejan ver que no lleva nada bajo la bata. El electricista siente que una erección intenta atravesar su recio mono de trabajo.
—Menos mal que ya funciona —dice ella—. Luego va a venir mi médico a aplicarme pequeñas descargas a intervalos regulares en los pezones. Es mejor que el yoga. Ya lo decía Tesla.
—¿Quién?
—¿Y tú eres electricista? ¿No te han enseñado nada en la Facultad de Electricidad?
—Yo es que hice un módulo, señorita.
—Un módulo lunar, que estás en la luna.
—Oiga, sin faltar.
—Luces te faltan a ti. Eh, un electricista de pocas luces, tengo que apuntar eso. Se van a tronchar mis amigos cuando lo cuente.
El electricista decide que no hay eclecticismo que valga y que estas humillaciones están de más. Además, llevan toda la tarde poniéndole cachondo sin motivo aparente. Hecho una furia, le dice a Beduina que él no es un animal como el pollo ese montado en bicicleta. Ella le mira como si le viera por primera vez y responde:
—Es verdad, he sido injusta contigo. Y he sido injusta con mi obra, que es lo peor.
—¿Cómo dice?
—Sí, ahora lo entiendo todo. Tú eres el pollo muerto y asado en un horno de leña que luego intenta subirse a una bicicleta.
—¿Qué?
—No se te puede pedir que hagas bien algo que te es imposible. Dios, acabo de descubrir que soy todavía mejor artista de lo que creía. Tengo que llamar a mi psicoanalista.
Coge su bolso y le paga dándole de nuevo las gracias por ayudarla a ver la luz (y se ríe cuando dice esto). Luego corre a su dormitorio a telefonear. El electricista se sienta en el sofá, sin entender nada. Admirando el paisaje de la ciudad silente, se masturba con calma.
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