miércoles, 11 de febrero de 2009

Soliloquios

Nada de esto significa nada; tampoco esta frase, claro. Lo pienso borracho en una esquina, lo que no es demasiado digno. Me incorporo (a la vida, quizá) y echo a andar en alguna dirección. Me he perdido, que podría decirlo en cualquier otro momento y valdría también. Me he perdido persiguiendo imposibles, o algún otro pensamiento estúpido similar. Si yo supiera hablar con la voz que atruena en mi corazón. Y todo eso. Me digo que en esta ciudad hay cientos de chicas que lloran por mí ahora en sus habitaciones. A oscuras, que es como mejor se llora. Todo esto es mentira, claro, pero es bonito pensarlo. La vida conmigo sería muy divertida, pero ninguna lo sabe. O ninguna quiere saberlo (al final va a ser cierto que siempre meto comentarios a pie de página cuando hablo). Aunque qué sé yo del amor, si tengo que fabularlo siempre. «Si estuvieras con ella, no os pasaríais el día comiendo naranjas y recitando a Boris Vian», me dijo el otro día M. Y qué, lo sé perfectamente, pero es que simplemente mirarla me hace feliz. Oír su respiración. Las pausas que hace al hablar por teléfono. Cuando te mira con los ojos muy abiertos. Porque nadie ríe mejor que ella y nadie llora con tanta elegancia. Pero todo esto es hablar demasiado. Es mejor mirar para otro lado, hacer como si nada, en realidad todos somos despreciables.

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