—Poemas a la muerte de John Dillinger. Número uno: yo, que tantos hombres he sido, y sin embargo.
—¿Sin embargo qué?
—Nada, sólo sin embargo. Embargo de bienes. Bienes raíces. Raíces de mi patria. Patria nuestra que estás en los cielos. Cielos, ¿lo estás apuntando?
—¿Pero eso es el poema?
—Es improvisación. Un happening. Una performance. Poesía viva en el continuo espacio-tiempo.
—Vale, estaré más atento a partir de ahora.
—Pero era el segundo. El primero era el primero: «Yo, que con tantas mujeres he estado, y sin embargo».
—No era así.
—Bueno, pues entonces es el tercero. Apúntalo.
—Es la última vez que soy tu secretario, esto es un sinvivir.
—Por supuesto, es arte. Hay que sufrir. ¿Quieres un par de bofetadas?
—¿Para qué?
—Para sufrir, está claro. Acercarte al arte.
—No, no, lo de poner la otra mejilla nunca ha sido lo mío, mejor soy cronista de tu obra.
—Bien. «Yo, que no sé quién soy, ni quién he sido, y sin embargo».
—Ajá.
—«Yo, que apoyo a la revolución cubana y estoy en contra del embargo».
—Sí.
—«He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura».
—Pero eso es de Ginsberg.
—¿De quién?
—De Allen Ginsberg, un poeta beat. Es bastante famoso.
—¿Crees que alguien se dará cuenta?
—Posiblemente.
—Se puede cambiar. «He contemplado a los mejores hombres de mi generación derrotados por la amargura». ¿Qué tal ahora?
—Se sigue notando bastante.
—Bah, formalismos. Convencionalismos. Clientelismos.
—Lo quitamos, ¿no?
—Sí. Sigo. «Me mirabas con ojos brumosos de embriaguez o quizás de amor, siempre tuve problemas para diferenciar ambas cosas. Yo te dije: crecí sin amigos, sin amor, sin una familia a la que culpar de mi fracaso, pero no grité ninguna de las noches que pasé solo, hasta ahora, que te he conocido. Tengo ganas de gritar todo el tiempo cosas incomprensibles, absurdas. Quiero descolocarte. Descolocarte las cosas de sitio, cambiarte los cuadros de las paredes por versiones infantiles de los mismos, versiones realizadas por mí con rotuladores Carioca, que no sé si siguen existiendo fuera de mis recuerdos. Decirte cuando te despiertes cosas como: ¿te has dado cuenta de que cocktail significa “cola de polla” y todo el mundo lo acepta con naturalidad? Para el coche, contestaste tú».
—Contestaste tú…
—Yo no, ella.
—Ya lo sé, lo estaba leyendo en voz alta.
—«Yo te hablaré en un idioma que no entenderás, puesto que me lo inventaré por completo. Abajo las normas gramaticales, abajo la lógica, el sentido. Muerte a estas líneas que dicto en un manicomio. Muerte a las líneas maestras de mi corazón. Muerte a un futuro teñido de negro. De humor negro. Dillinger ha muerto tiroteado a las puertas de un cine. La verdadera película estaba fuera, pensó un espectador, pero no le devolvieron el dinero. Y hay que morir así. No acribillado a balazos, aunque quizás también, sino haciendo ruido. Con convicción, nada de morir a medias. Que me abatan a tiros, pienso, pues yo no quiero vivir así, con este dolor de no verte. Y sin embargo…».
—¿Qué más?
—Nada más, lo terminamos abruptamente, como un asesinato.
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