martes, 1 de julio de 2008

Tout le monde

El mayordomo, que es Jean-Luc Godard, abre la puerta. Entra Carla Bruni. Parece alterada. Le tiembla la mano que lleva al cigarrillo que sostiene entre los labios y se toca el pelo continuamente. Se sienta en el sofá, pero enseguida vuelve a levantarse. El mayordomo la mira con cierta aprensión y sale de la habitación. Al rato vuelve acompañado de Marcel Marceau, que parece ignorar que está muerto. Godard se marcha, Marceau toma asiento y con gestos le indica a Carla Bruni que se siente junto a él. Ella le hace caso, pero comienza a sollozar quedamente, con el rostro oculto entre las manos. Todo ha salido mal, repite. Marcel Marceau le ofrece un pañuelo, ella se tranquiliza un poco, abre el bolso y saca a Sarkozy de él. L'État, c'est moi, dice Sarkozy. Marcel Marceau se encoge de hombros para hacer ver que no entiende qué sucede. La Revolución, contesta Bruni, la gente ha tomado las calles de París, el Elíseo está en manos de la turba, se acabó Francia. Marceau, como mimo genial, adopta expresión de suma tristeza, seguida por una de reflexión y, después, de firme determinación. Su mirada parece decir: Venceremos, pese a todo. Entonces vuelve a entrar Godard, con té y pastas que sirve diligentemente antes de tomar la palabra: Amigos, camaradas, Francia es una idea que no puede ser pervertida por el populacho adocenado por películas burguesas, Francia es la verdad veinticuatro veces por segundo. Rojo, musita Sarkozy, pero necesita toda la ayuda que pueda conseguir, así que aplaude el discurso de Godard. Marcel Marceau, entretanto, hace como que está encerrado en una caja, lo que provoca las risas de Carla Bruni. Una vez relajado el ambiente, es más fácil trazar un plan de acción. Hay que recuperar el control del país, dice Sarkozy, al que Carla Bruni acuna amorosamente. La contrarrevolución la dirigirá Godard, añade, y la protagonizará Marcel Marceau, será una contrarrevolución silenciosa. Silenciosa y televisiva, pues quien controla la televisión controla el país. Yo podría ponerle banda sonora a la contrarrevolución, dice Bruni. Entonces no sería silenciosa, contesta Godard. Carla Bruni hace un mohín de disgusto y mira a Sarkozy, que no tiene más remedio que ceder y para contentar a todos afirma: La contrarrevolución será silenciosa, televisiva y con banda sonora; que no nos importen nuestras contradicciones, pues creemos en ellas más que el enemigo en su coherencia. Sigues siendo el hombre del que me enamoré, suspira Carla Bruni con lágrimas en los ojos. Se besan. Godard empieza a rodarlo todo mentalmente. Marcel Marceau anda hacia la puerta como si se enfrentara a un viento furioso.

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