Me despertaron los obreros que realizan unas reformas en casa de los vecinos cuando, en un exceso de celo, hicieron un agujero en el techo de mi habitación. Me acerqué a examinar el estropicio y, puesto que iba descalzo y mirando hacia arriba, me hice daño al pisar un trozo de techo. Miré al abismo y el abismo me devolvió la mirada, que habría dicho Nietzsche, pero no vi nada digno de mención. Un pequeño pedazo de cielo azul, nada más. No se podía llegar a la mente de John Malkovich como sugeriría luego Patricia.
Estuve a punto de tomármelo como una metáfora de mi vida, pero decidí que era una tontería.
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