lunes, 13 de junio de 2005

En el año 2078

(Publicado originalmente en El Otro Diario)

En el año 2078 los matrimonios eran concertados por el Estado, ya que se había decidido que todo el periodo de cortejo previo al apareamiento era demasiado costoso en términos de productividad como para permitir que los ciudadanos perdieran el tiempo enamorándose y desenamorándose arbitrariamente. Un ciudadano que sufría por desamor era un trabajador que rendía menos, un ciudadano enamorado era un trabajador que tenía la cabeza en otro sitio. Así, el Estado pasó a desempeñar la función de casamentero y se encargaba de formar matrimonios seleccionando a los novios según unos parámetros que asegurasen la descendencia y la estabilidad. Se barajó la posibilidad de dejar también la reproducción de la especie directamente en manos del Estado, pero tal idea chocaba frontalmente con las Leyes de la Moralidad y la Familia aprobadas tras los graves disturbios de las décadas anteriores (disturbios que precipitaron el nuevo papel de celestina del Estado), por lo que se optó por un método totalmente natural. La función del Matrimonio era otorgar estabilidad a las vidas de los ciudadanos, la función de la Familia era dar nuevos ciudadanos al Estado.

Hubo descontentos al principio. Algunos poetas protestaron ante la redefinición del término “amor” (“el amor sólo existe dentro del Matrimonio libremente elegido por el Estado”), pero afortunadamente su oficio hacía imposible que fueran escuchados por una audiencia amplia, así que no pudieron presentar una oposición seria y fueron rápidamente acallados. Al principio a casi todos les parecía raro que le presentaran a su esposo o esposa al alcanzar la mayoría de edad, pero un par de generaciones después todo el mundo lo consideraba normal. Estudiar, casarse, trabajar, era el ciclo natural.

Es verdad que en los primeros años un número desproporcionadamente alto de funcionarios del Ministerio del Matrimonio se casó con modelos, misses y actrices, lo que motivó las quejas de algunos sectores, pero el sistema demostró ser todo un acierto. Todo el mundo tenía pareja, nadie estaba solo. Cuando alguien enviudaba pasaba a una lista de espera, como si esperase un trasplante, hasta que se le encontraba otro viudo acorde a sus condiciones.

Se pensó en hacer desaparecer todas las obras literarias y cinematográficas que fueran anteriores a las nuevas leyes y presentaran una visión distinta del amor, el matrimonio y la familia con el fin de no crear dudas entre los ciudadanos, pero el Ministerio de Cultura consideró que era una salvajada destruir la práctica totalidad de las obras artísticas, por lo que se encomendó a un comité de expertos la tarea de reelaborarlas para que fueran acordes a la nueva realidad. Así, novelas, cuentos, poemas y obras de teatro fueran reescritas desde el principio y, gracias a las nuevas tecnologías, miles de películas y canciones fueron modificadas. También entonces hubo tímidas protestas, pero una campaña institucional protagonizada por los cantantes del momento convenció a todos de lo acertado de la medida.

Pese a todo, varias generaciones más tarde seguían dándose esporádicamente casos de personas que intentaban eludir el matrimonio concertado y pretendían elegir con quién casarse. Nadie entendía por qué.

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