El otro día fuimos Irene y yo en el mismo autobús, estudiándonos. Supongo que asustada por mis maneras psicópatas ocultó su rostro tras el libro que leía: “el libro del desasosiego”, de Pessoa (lo que era solipsista en grado sumo). Pensé: qué bonito, se esconde de mí detrás de Pessoa. De haber sido otro y no yo, me habría acercado a ella y le habría dicho algo, pero me di cuenta de que mi “hola” no iba a sonar convincente. Toda una vida de saludos desafortunados.
Superándome a mí mismo, me crucé con ella ayer en la facultad. Mientras nos acercábamos el uno al otro, nos íbamos mirando y yo pensaba: “dile hola, dile hola, dile hola”. Pero al final guardé silencio cobardemente y ella tampoco dijo nada. No sé lo que pensará, pero no creo que sea nada bueno. Me la volví a encontrar más tarde, en la biblioteca, y pasé un buen rato observando su pie desnudo descansando sobre un monitor (el monitor estaba en el suelo porque vivimos en el tercermundismo).
Aparte de eso, me llegó ayer una carta de Nómadas invitándome a participar en su certamen, lo que me hace pensar que los de Málagacrea van regalando alegremente mis datos por ahí. Y no había nada más en el correo, se ha olvidado todo el mundo de mí.
Y hoy me he encontrado a mi primera ex en la consulta del médico. Me ha dicho que estaba dando una clase de conducir.
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