Era por la tarde y estábamos con mi padre en un descampado. Como niños que éramos, mi hermano mayor y yo discutíamos por quién era el preferido de papá. Yo defendía mi propia candidatura, pero mi hermano negaba mis evidentes méritos y se postulaba él mismo en un ejercicio de egocentrismo infantil intolerable desde mi punto de vista. Me entró un berrinche importante (poco sospechaba que el resto de la vida consistiría en rechazos a mi persona). Nuestro progenitor intervino con la milenaria y democrática frase de que prefería a sus tres hijos por igual y el debate quedó, en principio, zanjado, aunque yo seguía llorando. En un aparte, cuando mi hermano estaba distraído persiguiendo escarabajos o insectos equivalentes, mi padre me dijo en voz baja que yo era su preferido, pero que no se lo contara a nadie. Quizá a mi hermano le dijera lo mismo en privado, pero yo me volví contento a casa. Hoy es la primera vez que lo cuento.
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