Armar escritos como el que arma bombas
(artefactos literarios que estallan
en las manos de este torpe escribano).
Pronunciar con la voz ronca tu nombre
(un conjuro quizá para extirparse
de forma definitiva la calma).
Apostar la salud en el intento
(como un jugador que nunca conoce
las reglas, pero en la suerte delega).
Naufragar contra los mismos errores
(farallón habitado por sirenas
cuyas voces persigo cada noche).
Todo para volver al fin contigo,
como quien el regreso a Ítaca intenta.
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