El 14 de febrero Sonia y yo lo dedicamos a recorrer cementerios de París en busca de las sepulturas de artistas que admiramos. «Antoine Doinel, Antoine Doinel, Antoine Doinel», repetí como un maníaco delante de la tumba de Truffaut. Ma ligne de chance, canté ante la de Anna Karina; Le tourbillon de la vie frente a la de Jeanne Moreau; La javanaise a los pies de Serge Gainsbourg. Ante las de Baudelaire y Apollinaire recité unos versos suyos. No podían escapar de nosotros, admiradores que hubieran temido en vida: estaban atrapados.
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