Mi padre falleció con ochenta y dos años recién cumplidos. Yo tengo cuarenta y tres, cuarenta y cuatro en septiembre. Por lo tanto, en caso de vivir lo mismo que él, me quedarían menos de cuarenta por delante. Lo que no está mal. Pensemos, por ejemplo, en una condena de cuarenta años en la cárcel. Nos parecería descomunal, por supuesto. Así que ese es el secreto para exprimir la vida como es debido: enfrentarse a ella como si se tratara de estar encerrado en una prisión.
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