Enseñar es una lucha contra los alumnos, que están convencidos de que te mueve un interés particular por torturarlos a través del aburrimiento, como si los profesores participáramos de una absurda conspiración (¿no lo suelen ser todas las que triunfan entre el gran público?) cuyos beneficios finales no quedan del todo claro. ¿No podría yo dejarles tranquilos en su ignorancia? Qué más quisiera yo, les diría, pero luego la vida nos adelanta por la derecha.
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