El enfermo llama al próximo paciente: un nombre árabe. Nadie se levanta. Pensando quizá que el paciente puede estar un poco sordo o quizá adormilado, decide caminar entre los presentes en su busca. Al pasar junto a mi padre, mira la pulsera donde aparece su nombre. La mascarilla disimula mi sonrisa ante esta pequeña afrenta para el viejo racista.
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