miércoles, 20 de enero de 2021

La vida sana

Para engañar un rato a la muerte, o quizá a la decrepitud, me puse a hacer ejercicio por las mañanas durante el confinamiento. Y noté cambios en mi cuerpo que ni en la pubertad, oiga. Me veía en el espejo y se me marcaban músculos que no parecía posible que tuviera yo, sobre todo si pensamos que llevo gafas. Pero luego empecé a trabajar de profe y, claro, me quedé sin tiempo para proezas atléticas. Dejé de parecerme a Aquiles y volví a los pasos de Sócrates. Los que llevan a la cicuta, vaya.

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