Viene durante el recreo un alumno quejándose de una agresión. El agresor admite su culpa, pero afirma haber recibido un tortazo previo. Sin embargo, varios testigos niegan que esto sea cierto. Les digo a los dos chavales que me acompañen. El agredido me pregunta por qué tiene que ir él. Porque eres el denunciante y tendrás que dar tu nombre, le explico yo. Él me responde que, pensándolo mejor, prefiere no perder el recreo. Y es que cualquier pequeño momento de ocio hay que disfrutarlo, parece ser la moraleja de todo esto.
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