Gabriel Noguera, autor irredento, cumplió cuarenta y dos años, pero no se vino abajo como las torres gemelas de Nueva York. «No importa, no es demasiado tarde», se mintió, «todavía queda tiempo para llamar a las puertas de la gloria y pedir audiencia. Quizá me dejen sentarme en un rincón si prometo no molestar. A lo mejor, si me quedo muy quieto, consigo que me tomen por una estatua decorativa y me dejen permanecer allí por los siglos de los siglos. Quién sabe, hay tantos giros de guión inesperados. Sobre todo en las obras pésimas, como lo es mi vida».
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