Como un perro de Pavlov, aprendí que el amor significaba rechazo y olvido. Una lección para toda la vida que me ha condicionado en mis relaciones, puesto que una persona racional habría entendido a la primera que no estaban conmigo por una apuesta. Aunque tampoco ayudaba precisamente que fueran tan atractivas y fascinantes. ¿Cómo iba yo a gustarles? Luego entendí que al principio tenían una imagen formada de mí que les parecía bonita o incluso romántica y luego se desencantaban cuando comprobaban que no coincidía con la realidad. En parte por la inseguridad de la que ya hemos hablado. En fin, un caos.
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