En la soledad de los juzgados, los lamentos de los acusados componen un último réquiem por la ley. Pero ¿qué más justo que la arbitrariedad? Igual que la enfermedad. Por eso la ley ha de ser como un cáncer, que afecte a cualquiera cuando menos se lo espere, justos y pecadores por igual, ricos y pobres. Porque sí, no importan los motivos o que los delitos sean reales o no. La ley ha de estar por encima de cualquier consideración. ¿Qué importa un solo individuo frente a la fuerza igualitaria de la ley? Nadie está a salvo de ella, ni siquiera usted, pues la ley puede caer sobre su cabeza en cualquier momento.
2 comentarios:
Kafka dixit. O dibiera.
Digo debiera. Coñññe.
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