No salgo mucho a la calle por tres motivos: la pobreza (aunque pasear es gratis, todavía), la timidez y la sensación de culpabilidad, pues siempre pienso que tendría que estar en casa escribiendo. Aunque luego en casa no escribo todo el rato, pero al menos estoy cerca de los instrumentos de trabajo y siempre cabe la posibilidad.
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Motivos para salir a la calle durante el día:
a) La coló. Es decir, la palidez va de lujo con el malditismo, pero tampoco está mal tener buen color, que tiene Usted novia y un día puede hartarse de salir con El Novio Cadáver.
b) La melatonina. La glándula pineal, situada en el centro del cerebro, está conectada con los nervios ópticos y, en presencia de luz, deja de producir melatonina, hormona depresora que nos induce al sueño y, de paso, a la melancolía y la abulia (es decir, a no querer dar palo al agua). La función principal de esta hormona es (era) propiciar que, por la noche, nos quedáramos en la cueva y no saliéramos a hacer el candao por el bosque, porque nuestra visión nocturna es una mierda en comparación con la de los tigres dientes de sable (por poner un ejemplo), y si uno salía de juerga por la sabana a la luz de la luna, luego pasaban cosas. Cosas irreparables. Pero bueno, la abulia producida por la falta de luz nos ha quedado de aquellos tiempos. Se puede combatir con luz solar, al menos un poquito.
c) La vitamina D. Nosotros tomamos con la dieta varias provitaminas, aunque estas moléculas en sí no nos vale pa ná. Pero cuando a la piel le endiñan (moderadamente) los rayos ultravioleta, esas provitaminas se transforman en vitamina D, que viene bien para los huesos, para los dientes, para la vista (esencial para el escribiente, si uno no es todavía Borges) y pa tener algo así como la vida. En general.
d) No solo de la fauna nocturna se nutre la imaginación del escritor. A veces la Abuela Gertrudis, comprando en la pescadería, puede dar para un buen relato. Y no, la Abuela Gertrudis no sale de noche, está mayor, la pobre. Otrosí decimos de carteros, humanos en edad escolar, vendedores de periódicos en quisocos (tan dados a la filosofía natural), reparadores del adoquinado urbano (bastión último de la izquierda), etcétera. La verdad está ahí fuera, y más de día, donde, de paso, a uno lo atracan menos.
Si me pongo podría seguir, pero no quiero abusar de su paciencia ni estrujarme el coco en demasía. Seguro que Usted descubre más ventajas del (digamos) deambular bajo los rayos de Apolo (ole).
Y en la calle, te salen mogollón de argumentos con los que aporrear el teclado, (si luego en el rellano, cascando con el pibón de la vecina, no se te queda el cerebro en blanco).
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