Tras la muerte de mi mujer pensé que me quedaría solo para siempre, pero me uní a una asociación de viudos y allí conocí a Matilde, de la que me enamoró su aire melancólico. Me habló de su marido, fallecido tras una dura enfermedad. Verla llorar me afectó y decidí que quería hacerla feliz. Empezamos a vernos con frecuencia, hasta convertirnos en íntimos. Un día le propuse matrimonio y, para mi sorpresa, aceptó.
Al principio la cosa marchó bien, pero pasado un tiempo comenzó a mostrarse distante. Sin embargo, se la veía más feliz que nunca. Se acicalaba y perfumaba y salía algunas noches a cenar con unas amigas, según declaraba. Yo me temí que hubiera conocido a otro. Una noche, incapaz de soportarlo más, la seguí a un hotel. Llamé a la puerta presentándome como el servicio de habitaciones y abrió una mujer de rostro familiar. Matilde estaba sentada a una mesa con otras viudas de la asociación. Mirándome con los ojos muy abiertos, retiró las manos del tablero de ouija.
1 comentario:
la puñetera página nunca me dejó votar este relato. A saber a cuántos más le pasó lo mismo.
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