—Eso no va a gustar a los accionistas. Aquí estamos para lograr beneficios rápidos.
—Hay una alternativa. Podríamos enviar a los colonos al pasado y que vayan transformando el planeta hasta el presente. Sería también caro y lento, pero los beneficios serían inmediatos.
—Hagámoslo, entonces.
—Sólo hay una pega: alterar el pasado es peligroso. ¿Cómo reaccionarían los terrícolas de hace doscientos años si vieran de pronto que en la superficie de Marte se levantan construcciones y autopistas? Se desataría el pánico. ¡Los marcianos!, dirían. Quizá incluso lanzaran misiles nucleares a nuestros pacíficos colonos. Y aumentarían los costes.
—Vaya, entonces haremos lo siguiente: nada de urbes en superficie, sino subterráneas. Igual que las autopistas. El proyecto de colonizar Marte se hará en completo secreto, de manera que los terrícolas del pasado no lleguen a saber nunca que el planeta rojo alberga vida.
Publicado en el número 39 de Obituario.
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