Su asesinato convirtió a Lennon en precisamente lo que él no quería: un mártir. Ese mismo año había declarado que quería que su hijo Sean adorara a los vivos, no a los muertos. ¿Qué puede enseñarnos un muerto? Nada, en realidad, sólo lo que nosotros queramos hacerle decir aprovechando su silencio. Enarbolemos la imagen de nuestro ídolo para defender nuestra causa ahora que nada puede alegar al respecto. Porque ya no es persona, es un símbolo puro, ha trascendido.
John Lennon habría querido entrar en casa aquella noche de diciembre de 1980 y abrazar a su hijo de cinco años como un día cualquiera. La vida, con todas sus imperfecciones y aburridas rutinas, es mucho más interesante que el martirio. Pero se cruzó en el camino un gilipollas.
Publicado en el número 33 de Obituario.
1 comentario:
... cuyo número es inmenso. Son legión.
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