Arturo Bandini, ni carne ni pescado ni membrillo en conserva, empuja la silla de ruedas hacia la ventana y siente la fresca brisa del Pacífico en la cara. Imagina el paisaje y se acuerda de aquella palmera que lo derrotó en combate singular hace ya tantas décadas y de las hormigas que ya no podrían corretearle por las piernas. «Ah, Camila, vivir es aceptar la derrota», piensa con un suspiro. En qué dirección quedará el desierto, se pregunta. Quizá todavía podría encontrar a su mexicana. A su momia, al menos.
Suena el timbre de la puerta. Será la enfermera, piensa Bandini, pero bien podría ser el comité del Nobel, que por fin viene a hablar con él.
2 comentarios:
No he leído nada de Fante, debo confesar para mi vergüenza y oprobio. Queda en la larga lista del "debe", esa que ojalá no acabemos nunca.
O bien podría ser cualquiera de esas almas perdidas que Bandini atrae, desfiguradas por falta de un poquito de amor, una botella o un filete.
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