No había nadie en la habitación. Ni siquiera él, que era producto de la
imaginación de un escritor en su blog. Comprendió que su vida carecía de
sentido: tenía razón Descartes cuando afirmaba que la existencia estaba
más cerca de la perfección que la inexistencia. Sin dudarlo un segundo,
saltó por la ventana. Pensó en la portera, que tendría que limpiar la
sangre del patio, y se sintió culpable, pero al momento le invadió el
alivio al recordar que no existía.
1 comentario:
Ay, lo subjetivo, qué malo es a veces.
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