Una mañana, al mirarse en el espejo, Antonio Fernández entendió que él no se llamaba así, sino Víctor Maldonado. Telefoneó a sus padres para comunicarles este descubrimiento. Y a su novia, que tampoco lo entendió. La administración también se mostró poco comprensiva. Qué era eso de cambiarse el nombre de forma unilateral después de tantos años de «antoniofernandismo», alegaban. Ustedes no lo entienden, respondía Maldonado, mi anterior nombre era una farsa, a mí me pega mucho más llamarme Víctor Maldonado, no va con mi físico ni mi personalidad el anterior nombre.
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