Serán ya las dos de la mañana, piensa el soldado mientras contempla el vapor que sale de su boca y desaparece en la negrura. Una noche gélida para estar al raso. Una fecha señalada que tendría que compartir con sus seres queridos y no con el barro y los insectos de la trinchera. Ya es Navidad, pero su cena ha consistido en el rancho reglamentario, aunque ni siquiera ha podido calentarlo, pues un fuego podría revelar su posición al enemigo. Suspira de nuevo. Coloca la bayoneta en el fusil e imagina a su familia trinchando el pavo. No te dejes trinchar tú, murmura con labios agrietados.
De pronto, una bengala ilumina el cielo. Como un loco, piensa en la estrella que siguieron los Reyes Magos, pero no son precisamente estos quienes se aproximan, sino soldados enemigos. Lo absurdo de todo esto, piensa a toda velocidad mientras amartilla el fusil. No me traéis oro, incienso o mirra, sino balas, granadas y, en fin, muerte, musita antes de disparar a una silueta, que cae en el acto. Se escuchan improperios y silban las balas en su dirección. El soldado se agazapa en la trinchera y se aferra a su fusil como si su vida dependiera de ello. Estoy perdido, piensa. Perdido en la noche, perdido en el bosque, perdido como un niño. Si pudiera despertar por la mañana en mi cama y bajar corriendo al salón a abrir los regalos bajo el árbol, murmura un segundo antes de que una explosión lo borre todo para siempre.
1 comentario:
Por Dió, qué negrura de texto.
Publicar un comentario