sábado, 16 de febrero de 2013

Jehová

Una casa en Canaán. SARA, una mujer judía, cose afanosamente. Entra ABRAHAM.
ABRAHAM: Sara, dice Dios que matemos al niño.
SARA: ¿Así, de pronto?
ABRAHAM: No le he preguntado si es una decisión meditada, pero me lo ha soltado de sopetón, sí.
SARA: Ya está bien, tienes que plantarle cara alguna vez.
ABRAHAM: ¿Cómo le voy a decir que no a Dios?
SARA: ¿Y qué pasa con los derechos individuales? ¿Y la libre elección?
ABRAHAM: Nada, hay que mantener una relación cordial con Dios, que ya sabes que tiene muy mal carácter.
SARA: Es un matón, eso es lo que pasa.
ABRAHAM: Motivo de más para obedecer.
SARA: ¿Y tenemos que matar al niño ahora? Acabo de fregar.
ABRAHAM: No te preocupes, tengo que subir al monte a sacrificarlo.
SARA: ¡Encima te hace subir al monte! ¡A tu edad!
ABRAHAM: Sí, eso es cierto. Podría subir el niño solo a sacrificarse, que para algo es joven: pero no, me hace subir a mí también.
SARA: ¿Te doy el cuchillo de circuncidar?
ABRAHAM: No, mujer, el otro: el de los sacrificios.
SARA: ¿Y si sustituimos al niño por un cordero? ¿Tú crees que Dios se dará cuenta?
ABRAHAM: Un ser omnipotente tiene buena vista, digo yo.
SARA: Quizá si lo trasquilamos y lo vestimos con la ropa del niño...
ABRAHAM: No insistas, no hay tiempo para argucias: matamos al niño y en paz.
SARA: Yo creo que tendríamos que buscarnos otro dios.
ABRAHAM: ¿Qué?
SARA: No sé, Marduk, por ejemplo, me convence más.
ABRAHAM: Es un dios extranjero.
SARA: No seas xenófobo.
ABRAHAM: Estoy muy mayor para aprender otros rituales de adoración, me quedo con Jehová, que ya lo conozco.
SARA: Te quedas por costumbre con él, vaya base para una religión. Además, ¿no estarás chocheando?
ABRAHAM: ¿Cómo dices?
SARA: Porque a ese dios que nombras tanto sólo lo ves tú. Sólo se comunica contigo. Y te pide cosas extrañas como circuncidar a todos los varones.
ABRAHAM: Ah, lo que me costó convencerlos.
SARA: Y ahora te pide que asesines a tu hijo sin darte ningún motivo válido. El marido de mi amiga Rut también hacía cosas extrañas al cumplir los cien, qué quieres que te diga.
ABRAHAM: Lo que pasa es que estás celosa porque le dedico mucho tiempo a Dios.
SARA: Pues sí, mira. Me parece fatal que estés todo el día por ahí con tu amigo imaginario y luego sólo vengas a casa para circuncidar a los hombres y sacrificar a tu hijo.
ABRAHAM: Bah, no tengo tiempo para esto, ya lo discutiremos luego. Llama al niño, que nos vamos de excursión al monte.
SARA: Claro, lo discutiremos después de matarlo...
ABRAHAM: Y dile que se abrigue, que en lo alto de la montaña refresca un poco.

2 comentarios:

Microalgo dijo...

Le ha dado religiosa. ¿No ha pensado Usted alguna vez que su vocación podría ser la de cura sátiro y pederasta (por ejemplo)?

Gabriel Noguera dijo...

Es un trabajo fijo, lo pensaré.