lunes, 25 de octubre de 2010

El desayuno continental

—«A veces cuando me aburro pienso en maneras de morirme» —dice ella.
—Yo prefiero leer —contesta él.
—Idiota. No es mío, es de Roger Wolfe.
—¿El qué? ¿El aburrimiento? ¿La muerte?
—El verso. Era un verso lo que he dicho.
—Ah.
—¿Te apetece un desayuno continental?
—¿Continental?
—Es como llaman en Inglaterra a un desayuno servido al estilo europeo.
—Pero es que estamos en Europa.
—Qué vulgar eres —dice ella, con hastío.
—Perdona, es que me pones nervioso. Eres muy bonita.
—Lo sé. No importa; vamos a desayunar.
—Bien.
—¿Sabes una cosa? A veces tengo mucho miedo por las noches.
—¿Eso también es de Roger Wolfe?
—No, joder, eso lo digo yo.
—Me temo que no he leído mucha poesía y me confundo con facilidad.
—Ya. Te estás untando mantequilla en la mano.
Él se mira la mano y ve que con los nervios no ha cogido la tostada, que sigue en el plato.
—Yo siempre desayuno así —improvisa.
Ella le mira con incredulidad. Él intenta disimular y se unta más mantequilla en la mano. Luego se la lame. Ella le mira con los ojos muy abiertos. Él empieza a sudar copiosamente, como si estuviera pensando: «dios, qué estoy haciendo». En su huída hacia adelante, se vierte aceite y sal en la mano mientras sonríe como un maniaco y sopesa la idea de arrojarse por la ventana, pues quizá entonces olvidaría ella todo este lamentable incidente del desayuno continental.

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