—Perdóneme, padre, porque he pecado.
—¿Cuántas veces?
—No lo sé, no llevo la cuenta.
—Muy mal, hijo, hay que llevar una agenda para tales menesteres. Hay que ser concienzudo y meticuloso. Si no, sería como si pecaras de forma caprichosa, sin constancia, a la ligera. Hay que hacer bien las cosas o no hacerlas.
—Prometo enmendarme en el futuro, padre.
—Bien. Rézame un Beckenbauer y siete Zsa Zsa Gabor.
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