Y va el estraperlista de nuestra historia oteando el horizonte como pensando «todo esto se lo podría vender a alguien» cuando se encuentra con Sarmientos, la chica de la película, aunque esto no es una película.
—Hay volcanes en lontananza —dice ella.
Él piensa que es muy poético eso, aunque no haya volcanes a la vista.
—Sí, en Islandia —contesta por romper el silencio.
—Qué bonita es Islandia en esta época del año. Es violeta.
—Quizá de lejos.
—Me llamo Sarmientos, pero tú puedes llamarme Sar.
—Su Alteza Real.
—¿Cómo dices?
—No, nada. Qué bonitos ojos tienes.
—Gracias, son míos. No me los han prestado.
—¿Nunca has pensado en invertir en ellos?
—Pues no. A veces me echo colirio, no sé si eso aumenta su precio de mercado.
—Totalmente. Podríamos vender acciones de tus ojos.
—¿Acciones como parpadear? ¿Ponerlos en blanco?
—Más o menos.
—Hay volcanes en lontananza —repite Sarmientos—. Lontananza es una bonita palabra. Se parece a longaniza, pero no lo es.
Y cae de pronto sobre ellos una cálida ceniza a modo de telón.
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