sábado, 6 de marzo de 2010

Paisaje imaginario 2000

Un desierto de arenas blancas por el que voy andando sin rumbo fijo. Buitres en el cielo, escorpiones bajo las rocas. Un escritorio en medio de esta nada y un señor sentado detrás de él.
—Buenos días —digo yo.
—Buenos días —me contesta él.
—Creo que me he perdido.
—En casa como en ningún sitio, ¿no?
Yo me miro los zapatos por si llevara unos de rubíes como en El mago de Oz, pero no es el caso.
—Es que me siento un tanto perdido en este desierto —contesto algo tontamente.
—Ya. Pero yo no soy el administrador, sólo soy el recepcionista.
—¿El recepcionista del desierto?
—No es un desierto cualquiera.
—¿Es un desierto de aburrimiento?
—No cite a Baudelaire, que no son horas —contesta con desgana—. Mire, no perdamos más el tiempo. Le están esperando.
—¿Quiénes?
—Ellas.
—Qué críptico es usted. ¿Y qué quieren ellas?
—Hablar con usted de dos mil días, seis años, yo qué sé. Sólo soy el recepcionista, le repito.
—Vale, perdone. ¿Y dónde me esperan?
—Siga en cualquier dirección hasta que encuentre un oasis.
—¿Un oasis de horror?
—Que no cite a Baudelaire, coño —protesta el hombre.
Nos despedimos y camino por el desierto, que sigue lleno de arena, escorpiones bajo las rocas y buitres en el cielo, hasta que al rato llego a un pequeño oasis, un diminuto vergel en medio de esta desolación. Junto a un manantial de cristalinas aguas, me encuentro sentadas a A y B, que llevan vaporosos vestidos blancos.
—Hola —digo yo, puesto que no se me ocurre nada mejor.
—Así que dos mil textos para pasar la noche —dice B.
—Así que seis años en esto —dice A.
—¿Tanto tiempo ha pasado ya? Si era sólo un entretenimiento sin importancia —contesto yo.
—¿Y ahora qué? —preguntan las dos.
—Pues más de lo mismo, imagino. No tengo planes para nada. Aunque podríamos aprovechar ahora que estamos los tres aquí y follar.
—Siempre igual, Míchel —se ríe A.
—Pues el caso es que no llevamos nada debajo del vestido —afirma B.
—Ya me había dado cuenta. Qué bien os sienta el blanco con esta luz.
—Claro, todo esto es tu fantasía —dice B acercándose a A y besándola—. ¿Ves?
—Perdona, estaba distraído y no me he fijado bien. Hazlo de nuevo.
Se ríen las dos. Entonces aparece Ad, también vestida de blanco, y dice:
—Míchel, eres un guarro.
—No es verdad, soy puro candor.
—Sólo te interesan el sexo y la literatura —responde N, que sale de algún sitio y se sienta con las otras.
—Y el alcoholismo —dice L.
—Ir de maldito —añade S—. Sólo venías a verme las noches que no te apetecía coger el autobús para volver a tu casa.
—Todo esto no es más que mala prensa —me defiendo yo.
—A mí me dijiste que querías colaborar conmigo —dice M—, pero sólo querías metérmela.
—No es verdad. Yo seguía interesado en el proyecto después de que nos acostáramos. De hecho, te quería para algo más. Te quería de musa.
—Claro, así tenías una rubia, una pelirroja y una morena, ¿no?
—La perfección.
—Yo soy mejor musa que esposa, Míchel —interviene A.
—Yo también. Las relaciones serias se me siguen dando fatal —dice B.
—Yo siempre seré Madame Bovary —dice Ad.
—Yo soy bipolar —dice P.
Y empiezan a hablar todas a la vez, reprochándome cosas o dando excusas para no estar conmigo o comentando anécdotas entre ellas. «Bah, mujeres», mascullo, y me marcho. Todavía me queda mucho desierto por andar.

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