—Hoy he escrito un poema de amor en el cuarto de baño.
—Qué romántico.
—No estaba cagando, por si lo estás insinuando.
—Menos mal. ¿Qué hacías?
—Me afeitaba. Y de pronto lo vi todo claro. Pensé: sería tan fácil cortarme el cuello ahora, en este momento. Salvo que no me estaba afeitando con una navaja clásica de barbero, claro, sino con una maquinilla eléctrica. Y la verdad es que no veo cómo podría uno degollarse con eso.
—Seguro que encuentras la manera si te pones a ello.
—Claro que sí, soy un tipo ingenioso. Pero no nos salgamos del tema. Estaba yo en el cuarto de baño fabulando que sujetaba una afilada navaja en vez de un utensilio eléctrico y que me hacía una segunda sonrisa bajo la auténtica, cuando me dije: estoy enamorado.
—No veo la relación entre una cosa y la otra, la verdad.
—Es que pensé en ti, cariño. Pensé en ti encontrando mi cadáver suicidado porque sí, sin motivo alguno y sin notas en las que te responsabilizara de mi muerte para que te sintieras culpable toda la vida. Y se me ocurrió que eso es porque te quiero. Porque imagino mi muerte y eres tú quien viene a mi cabeza. Y además en mis fantasías suicidas no te culpo de nada, eso también tiene que significar algo. Así que escribí unos versos en un pedazo de papel higiénico.
—Creo que estoy tan complacida como preocupada.
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