Frau Dulenta, la artista transconceptual austriaca, abre la ventana. Esto lo hace por un motivo tan prosaico como es el de airear la habitación. Efectuada esta aburrida acción, sonríe a las baldosas, que se muestran relucientes e inanimadas.
Entra Judas, que viene de vender al líder de su secta por treinta euros y busca una habitación en la que esconderse de las autoridades.
—Buenos días, venía por el anuncio. ¿Es aquí?
—¿Qué anuncio? —dice muy coqueta Frau Dulenta, que también ha puesto uno en la sección de contactos.
—Pues el de la habitación. Me gustaría alquilarla.
—¿La habitación?
—Claro, ¿qué otra cosa podría querer alquilar?
—No, nada. Pues serían treinta euros al mes, porque es una habitación con vistas a la nada.
—¿A la nada? —pregunta Judas.
—A la nada. Es un poco aburrida, siempre es lo mismo. A algunos inquilinos les da miedo mirarla, pero nunca hace nada.
—No ladrará por las noches, espero.
—No, es muy silenciosa. Pensará usted que no hay nada.
—Ya veo. ¿Y puedo fumar en la habitación?
—Puede. El humo y la nada. Suena a novela existencialista.
—Si usted lo dice. Voy a dejar las maletas en la habitación, si no le importa. Si viene alguien buscándome, no estoy.
—¿Y dónde estará? —pregunta ella.
—¿Cómo dice?
—Si no está en la habitación, es que está en otro sitio. ¿Dónde?
—Usted no lo sabe.
—¿Que no lo sé? ¿Y entonces cómo puedo estar segura de que no está en la habitación?
—Da igual, se trata de que diga sólo que no estoy en la habitación.
—¿Puedo decir entonces que está en el rellano?
—¿Por qué iba a decir eso?
—¿Y por qué no? Es improvisar, método Stanislavski.
—No, no, usted tiene que simular desconocimiento, no afirmar cosas falsas, que eso siempre lo enreda todo. Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo.
—Eso no es verdad —responde Frau Dulenta.
—¿Qué?
—No se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. Mi tío Karl perdió una pierna en la guerra y nunca consiguió clasificarse entre los diez primeros de la Maratón de Viena. Mi padre, por el contrario, fue campeón varias veces. Y era concejal.
—Como quiera. Diga sólo que no estoy aquí y todo irá bien.
—¿Y quién vendrá a buscarle?
—La Guardia Civil.
—No será usted un inmigrante ilegal, ¿verdad? O peor: un narcotraficante ilegal.
—Nada de eso. Yo he llevado a cabo una transacción dentro de la legalidad vigente. Un líder de secta nuevo por treinta euros para el Sanedrín. No se aceptan devoluciones.
—¿Y entonces por qué le busca la Guardia Civil? —pregunta ella.
—Dicen que he traicionado al hijo de Dios.
—Vaya, parece un crimen muy serio.
—Sí.
—Si le declararan culpable, como mínimo le condenarían a muerte, ¿no?
—Como mínimo.
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