—Doctor, tengo cefaleas y náuseas.
—Siéntese y diga «treinta y tres».
—Ya lo he probado en casa y no funciona.
—No es un remedio, es para diagnosticarle.
—Ah.
El doctor se pone el estetoscopio como si fuera un iPod y ausculta al paciente.
—Tiene usted un demonio dentro —le informa.
—Pero eso no puede ser.
—Lo he escuchado respirando dentro de su pecho. Tome, escuche usted.
El paciente se escucha respirar con el estetoscopio y se le demuda el rostro.
—¿Y cómo se me ha metido dentro?
—Algo que habrá comido, seguro.
—¿Y si digo «treinta y tres» varias veces?
—Le repito que eso no tiene ningún poder curativo.
—¿Entonces qué hacemos?
—Extirpar al demonio. Es un procedimiento muy sencillo, con anestesia local.
—Pero eso es practicar un aborto.
—¿Cómo dice?
—Que el demonio no puede valerse por sí mismo fuera de mi cuerpo. Yo es que soy provida, ¿sabe?
—Pero es un demonio lo que tiene dentro, no un niño.
—Da igual, es una vida, no sea usted racista. ¿De cuántas semanas estoy?
—Le repito que no es un embarazo, sino una posesión diabólica.
—Vale, ¿cuántas semanas llevo poseído?
—No sé, yo diría que seis o siete, que no habla en otras lenguas ni echa espumarajos verdes por la boca.
—La verdad es que algunas mañanas me parece que salivo en exceso.
—Bien, le recetaré algo. Ya sabe: vigile los esputos y avíseme si empieza a hablar lenguas extrañas.
—Eso me vendría muy bien para el currículum, que es importante saber idiomas.
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