Me encuentro en el tren a Andrea, que, como suele ser habitual, es muy guapa y muy joven. Es la primera vez que nos vemos en persona, así que se sienta a mi lado y empieza a preguntarme esto y aquello mientras me hace un retrato a lápiz. Pero esto es lo de menos. Lo importante es cuando me dice:
—Oye, ¿qué edad tienes? Espera, a ver si lo adivino. ¿Veinticuatro?
De pronto soy el hombre más feliz del mundo.
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