Estoy sentado en la playa de La Concha, bebiendo. Es como estar en una habitación con vistas a la vida, pienso. Una chica rubia tontea con el típico matón. Me gustaría acostarme con esa chica en vez de estar aquí sentado, preocupado por los tres millones de páginas por escribir. Me digo que yo escribo igual que bebo: para olvidar la vida. O para hacer sonreír a una mujer. Alguna tontería así. No importa; mirar a esa chica es como si metieran mi corazón en una licuadora y luego me sirvieran la bebida resultante. El sabor sería muy amargo, claro. Me río, es por el alcohol.
En realidad, estoy todo el rato pensando en otra.
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