—Te llamo para decirte que te sigo queriendo, que no puedo vivir sin ti.
—¿Es una broma? ¿Quién es?
—Soy yo, cariño: Gregorio. ¿Es demasiado tarde?
—Han pasado veinte años, Gregorio, esto no tiene gracia.
—Veinte años no es nada, lo dice el tango. ¿Estás saliendo con alguien?
—Estoy casada. Tengo hijos adolescentes.
—¿Pero es algo serio?
—Si no lo es, no sé qué he estado haciendo todos estos años.
—¿Ves? Tienes dudas. Eso es porque tú también sientes algo por mí.
—Oye, estaba siendo sarcástica.
—No te hagas la dura. ¿Cuándo nos vemos?
—Gregorio, que han pasado veinte años. Que quiero a otro. Que me casé hace diecisiete años. Que estás como una cabra.
—No entiendo nada. ¿Pero por qué no podemos estar juntos? Yo te amo, ¿eso no significa nada?
—Sí. Significa que estás loco.
—De amor.
—Y además eres un cutre.
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