La miro. Mucho. Está muy deseable en ese vestido, aunque se pinte demasiado los ojos. «Tú no sabes lo que es el amor», me dice con algo de rabia, y tiene que controlarse para no llorar. Yo le acaricio el pelo, pero no digo nada. Vale, estoy roto. Soy el primero en admitirlo. Pero podría escribir un montón de enmiendas a la constitución de todo esto. Luego estamos riendo por algo que no recuerdo. La miro. «No me mires así», me dice, y baja la cabeza. La posibilidad.
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