jueves, 11 de diciembre de 2008

El té

—¿Muchos clientes, cariño?
—No, lo de siempre. Tres o cuatro borrachos.
—¿Quieres un té?
—Sí, por favor.
—Así te quitas el sabor de la boca.
—Ya, sé que no te gusta besarme cuando llego del trabajo.
—Lo decía por ti.
—Pues entonces bésame.
—Enseguida, espera que prepare el té.
—Si ya lo sabía yo.
—Entiéndelo, a saber dónde han estado esas pollas antes.
—Te puedo decir dónde han estado hace un momento.
—No, déjalo.
—Sí, mejor. No queremos dañar tu sensibilidad, ¿verdad?
—Sabes perfectamente que es mejor que no me cuentes nada. ¿Cómo voy a escribir cuentos para niños si pienso en las cosas que te hacen cada noche?
—Si al menos te publicaran alguno. El único dinero que entra en esta casa lo gana mi cuerpo.
—Te he dicho un millón de veces que es mal momento para la literatura infantil, yo no tengo la culpa.
—Pues escribe otra cosa, joder.
—No puedo, no se me da bien la literatura adulta.
—Porque te niegas a crecer. Por eso no quieres que te cuente nada, para seguir viviendo en tu fantasía. Toda tu vida es un cuento infantil.
—Sí, casado con una puta, menudo cuento.
—Una actualización de la princesa.
—O de la bruja, más bien.
—Podrían ser las dos a la vez.
—Sí, toda mujer es en el fondo las tres cosas.
—Ten cuidado, te van a salir unos cuentos muy cínicos.
—Cállate de una vez. ¿Cómo quieres el té?
—Sin azúcar.
—Vaya, así terminaría esto si fuera un cuento. Resumiendo lo que es la vida.
—Vete a la mierda.

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