martes, 25 de noviembre de 2008

Fronteras interiores

Si yo tuviera que elegir algo, si tan sólo dependiera de mi elección, qué otra opción habría sino tú, amor, que eres cálida como la mañana en primavera, cuando uno siente que la vida vuelve a empezar, aunque esto último puede que sea mentira, que lo es, que lo es. Pero qué sabré yo de todo esto, si estoy cada mañana en la cola de los vendedores de mentiras, como decía B.B., que es Bertolt Brecht, no Brigitte Bardot, que sería su némesis, una señora estúpida y fascista, aunque muy guapa de joven. «Una noche, senté a la belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié». Mas esto es de Rimbaud. Mejor estar entre las piernas de la belleza, sin duda. Pero la belleza siempre enreda sus piernas con las de otro, claro, aunque queda la muerte, esa nunca rechaza un baile, siempre tiene tiempo para tomarse una copa contigo. No, no he quedado con nadie, no te preocupes, tenemos toda la noche, te dice. Si no fuera tan fea, si no tuviera carmín en los dientes, que no sabe ni pintarse los labios. Pero no, no, yo elijo otra cosa mientras tanto, elijo la vida mientras decido qué hacer, si es que al final hago algo. No perseguirte más, me digo. ¿Buscarte siempre y no encontrarte nunca? No, es terriblemente fácil. Otros retos, otros ritos (otros rotos, incluso). Al fin y al cabo, yo en realidad no sé nada de ti, así que tengo que inventarte. No te conozco, no te sé. Y te invento como quien se inventa a dios. A oscuras, a solas, de rodillas. If it be your will, como la canción de Leonard Cohen. Pero estar de rodillas nunca ha sido realmente lo mío, lo que a mí me gustaría, lo justo, sería tenerte de rodillas a ti. Y que tuviera que decirte que ya está bien de tanto quitarme la ropa, que uno es humano aunque el ego diga otra cosa. Y decirte también, aunque ya lo sabes, que tes seins sont les seuls obus que j'aime, y se lo robo a Apollinaire como otros me robarán siempre las cosas que te escribo.

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