—Esto del amor es un cuento chino, Gaston.
—Como todo, Pierre.
—Un cuento chino como el rollo zen ese. ¿Y qué es el zen? Pues el vacío, como el amor.
—Pero «zen» es un nombre japonés, no chino.
—Bueno, ya, pero para nosotros, los occidentales, todos los orientales son chinos, así que mi argumento sigue siendo válido.
—Deduzco que no te acostaste con la chica de anoche.
—Deduces bien.
—¿Qué pasó?
—Ella era preciosa, yo estaba borracho. O quizás fuera al revés, pero nos gustamos. Toda la noche nos estuvimos susurrando cosas que, con el ruido que había en el bar, no entendíamos, pero que nos excitaban igualmente, puesto que nos permitía dar rienda suelta a la imaginación. Cuando el local cerró, la acompañé a su casa y durante el camino le hice ver que estaba necesitado de cariño.
—Mal hecho, las mujeres no encuentran nada atractiva la necesidad.
—Lo sé, pero yo apelaba a su instinto maternal dormido para que me consolara.
—Así que querías follártela apelando a su instinto maternal, ¿eh? Nunca me presentes a tu madre, Pierre.
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